La dimensión social de la paternidad
La dimensión social de la paternidad
La relación de un padre con su hija/o o hijas/os, incluyendo los roles, expectativas y productos derivados de esas interacciones, da cuenta no sólo de aspectos propios de un núcleo familiar particular, sino también de ciertas características más amplias asociadas a la cultura y la sociedad en que se inserta.
Desde una interpretación que combina factores religiosos y socioculturales, en América Latina ha existido largamente la imagen del hombre asociado a una cultura machista, asentada en una concepción popular de la masculinidad donde prevalecen meramente los atributos de seducción y conquista, de violencia y agresión, y de dedicación al trabajo, llevando los recursos al hogar. En esa descripción la mujer, entendida también como madre, es destacada por su habilidad para producir la vida, asentada en su fortaleza moral y en el esfuerzo cotidiano y permanente de encargarse del hogar y del cuidado de los/as hijos/as.
La paternidad remueve parcialmente ese estereotipo de la masculinidad. El compromiso y la responsabilidad por los/as hijos/as admite gradientes: mientras en algunos casos reduce el ausentismo, en otros lo impulsa. En otros casos, dependiendo del género de los/las descendientes habrá mayor o menor preocupación por la formación y el futuro de los/las hijos/as. Por último, la función meramente reproductiva y proveedora del padre se verá en algunos casos complementada con una de tipo regulatoria, apareciendo una mayor presencialidad, ejerciéndose un rol que aporta un pilar moral -una mirada tradicional sobre lo que debe ser el padre- aunque manteniendo una distancia con las/os hijas/os mayor a la de la madre.
La época actual descubre una diversidad de paternidades posibles. Mientras con toda certeza habrá figuras coherentes con las descripciones anteriores, las transformaciones culturales en nuestra sociedad han atravesado no sólo los roles y atributos asociados a la paternidad, sino la idea misma de familia. Esto flexibiliza las concepciones tradicionales y además, con ayuda de las redes sociales, alimenta y retroalimenta las nociones sobre lo que un padre debe y no debe ser y hacer, pudiendo crecientemente ser más valorado por hacerse cargo de las labores del hogar que de su financiamiento, por formar a los/as hijos/as no sólo desde una dimensión racional, sino también afectiva, o por exigir un postnatal más extenso no sólo para la madre, sino también para él mismo.
Difícilmente sea posible -y hasta deseable- pensar que en el futuro los roles de padre y madre deban homologarse por completo. Sin embargo, la multiplicación de las ideas de familia, la masiva incorporación de la mujer al mercado laboral y los cambios culturales sobre la valoración de la paternidad sí hacen esperables horizontes de expectativas mayores sobre la complementariedad de las funciones entre padres y madres. Desde un enfoque de igualdad en las relaciones sociales, una manera de pensar esto debiera incluir una igualdad de implicación; esto es, asumir que en la formación de los/as hijos/as son igualmente necesarios el padre y la madre, existiendo infinitas combinaciones posibles según los talentos, preferencias y posibilidades de cada pareja, debiendo pretenderse por ende no una determinación fija de tareas y funciones atribuibles a cada parte, sino un compromiso equivalente, que desde lo mejor de cada uno, contribuya en igualdad de condiciones a las necesidades (materiales y formativas) de los/as hijos/as. Una igualdad de implicación tiene la misma validez si se piensa en familias con padres casados o separados, naturales o adoptivos, o heterosexuales u homosexuales.
Esta reconversión de roles, funciones y valores -que por cierto comprende también cambios legales e institucionales- es un camino complejo y lleno de amenazas para padres y para madres. Además, involucra fuertemente las relaciones de conyugalidad, y no sólo la relación entre padre e hijo/a. Asimismo, es un desafío no exento de problemas, donde se disputan tareas e imágenes tradicionales, y se exigen nuevos comportamientos. Lo que no puede olvidarse es que la dedicación y el cuidado de los/as hijos/as constituye una tarea de extrema complejidad -cuya enseñanza se adquiere durante su ejercicio- pero también uno de los privilegios más grandes: proteger, educar y acompañar requiere fortalecerse en el arte de enseñar, pero ante todo en la virtud humana de amar.
Jorge Atria Curi
Mayo 2016